Siempre he pensado que la fotografía es, sin dudas, “el arte de congelar un instante”, pero, más allá de las reacciones químicas y mecánicas que permiten crear una foto, encuentro la verdadera magia, la emoción, el alma de la fotografía, lo que la transforma en un recurso invaluable, inagotable. La fotografía es para mí hasta el momento lo más parecido a viajar en el tiempo.

Si bien físicamente no nos movemos, por medio de una imagen podemos transportarnos en los recuerdos al punto mismo de experimentar sensaciones. Es así que una foto puede llevarnos nuevamente a sentir en los labios la suavidad de aquel primer beso; la brisa cálida hacia el fin de ese verano que pasamos con amigos que ya no vemos; el olor del café de un domingo de frío invernal, donde el mejor plan fue abrazarse en el sillón y mirar una película; el color de las paredes del cuarto que pintaste a tu hijo recién nacido, que quizás renovaste cada año o tal vez enamorado del contraste de ver a tu hijo crecer lo dejaste ahí, para que el tiempo lo devorara; la trama de la tela de ese pantalón bombachudo que amaste todo el embarazo y que ya no te ponés, pero que es un tesoro en tu placard; y por qué no también la dulzura del budín que hacía la abuela cuando la íbamos a visitar o el enchastre de huevo y harina que estuviste horas sacándote del pelo el día que te recibiste; el día de tu boda.

La vida avanza tan ininterrumpidamente que a veces no nos damos cuenta de cuánto tiempo ha transcurrido hasta que miramos para atrás y vemos ahogados de nostalgia cada momento vivido, y de golpe uno se siente un envase pequeño para tantos recuerdos queridos.

¿Quién no quisiera entonces, de vez en cuando, pegarse un viajecito de vuelta al pasado, no? Para darle un beso a tu abuelo que ya no está o mirar en silencio la ternura de ese bebé durmiendo; para volver a decirle al juez: “Sí, acepto.” Una foto es un recuerdo siempre, porque el segundo posterior al clic que realiza la toma ya la convierte en pasado; pero la magia no termina ahí, porque además de transportarnos a nosotros podemos invitar a otros a nuestro paseo por la vida, pasando de mano en mano el instante eternizado en el papel y llenos de orgullo y emoción relatar anécdotas semejantes al momento. Y aunque sí existen reglas y conceptos establecidos sobre la correcta fotografía yo creo que la toma es exitosa cuando finalmente las sensaciones nos hacen vibrar el cuerpo, erizar los pelos en la piel, generar un cierto cosquilleo en el pecho o incluso movernos al llanto. Si bien es un arte antiquísimo, vivir en el tiempo de la fotografía es sin dudas apasionante. Bienvenidos a mi máquina del tiempo, Anabel Campos Fotografía…. … y Bon Voyage!